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Un cuento ¡GRRR! Ilustrado por Juan Gedovius

Apuntes para Un cuento ¡Grrr! - Cecilia Rassi

El adulto abre el libro, lo recorre, se maravilla con las ilustraciones. Sin embargo, muy probablemente experimentará hacia el final cierta frustración o pena estimando que hay algo que se le ha escapado en el pedregoso camino de la interpretación. Sus dedos volverán “sobre sus pasos” intentando recuperar una historia lineal que le conceda cierta tranquilidad y algunas palabras que habrá de necesitar para contarla.

“¿Cuál es la historia?”, “Cómo la cuento (¡si no tiene palabras!)?” Dos preguntas que suelen venir de la mano, a pesar de tratarse de cuestiones bien diferentes.

Para poder avanzar en dirección a una respuesta, detengámonos por un momento a considerar la actividad del lector. Recordemos que todo lector elabora continuamente hipótesis sobre el texto. Hace conexiones implícitas, llena vacíos y aporta al proceso de lectura la significación que su propio conocimiento del mundo le promueve, y –en última instancia- le permite. Por eso debe entenderse a la lectura como un juego interactivo, en donde los significados se negocian, y el texto se construye en el seno de esa rica interacción con el lector. O, como bien aporta W. Iser, quien aborda la cuestión más en términos fenomenológicos, es decir, tomando en cuenta la huella o repercusión que la lectura provoca en el receptor: “Si al lector se le diera la historia completa y no se le dejara hacer nada, entonces su imaginación nunca entraría en competición, siendo el resultado el aburrimiento. Un texto literario debe concebirse de tal modo que comprometa la imaginación del lector, pues la lectura únicamente se convierte en placer cuando es activa y recreativa.”

Entrenar a los niños en este tipo de interacción (lo que debe indefectiblemente traer aparejada una cuidadosa selección del material que se les ofrece) es crucial para el desarrollo de la actitud lectora, aspecto que debe comenzar a fortalecerse mucho antes de que puedan leer solos, de manera convencional.

Lo interesante del trabajo con los más pequeños es que ellos nos muestran permanentemente -también implacable e inevitablemente- cómo llenan esos “vacíos”. Ocurre que en este momento de sus vidas, es el propio lenguaje del pensamiento el que se hace audible, así que lo que recibimos de ellos (somos afortunados los que tenemos la suerte de estar cerca para hacerlo) es, ni más ni menos, que todo lo que cruza por su mente. De modo que “cómo cuento la historia”, para retomar la pregunta que dejamos esbozada más arriba, nos aleja por completo de una respuesta acertada. La misma sólo puede alcanzarse en la medida que desplacemos la cuestión a “cómo la contamos”. Si se ofrece lugar a las distintas voces, la historia se va tejiendo con los hilos que todos aportan. Se comparten y construyen interpretaciones de manera conjunta, se explicitan y muestran las opiniones e impresiones que se tienen del texto, se formulan interrogantes y se intenta responderlos en el seno del grupo. Así surgirá la historia. No antes, ni de otro manera.

En relación a las actitudes que se despliegan durante esta interacción, sabemos que es importante recibir y enseñar a recibir las sugerencias de todos en el grupo. Y frente a la diversidad, cabe señalar que no hay respuestas buenas o malas, de manera que en ese clima de confianza todos se sientan alentados a participar. Hay, por otro lado, un momento en donde esas hipótesis iniciales y predicciones acerca del texto se van verificando, modificando o descartando. Y son, una vez más, ellos mismos los encargados de organizar ese reacomodamiento.

Cada una de estas acciones forma parte del proceso de lectura que un lector experto realiza de manera inconsciente. Es esperable que a esta altura de nuestro ejercicio como lectores expertos no reparemos en ellas ya que han sido completamente automatizadas. Sin embargo, como formadores de lectores, no podemos desatender la naturaleza del modo de leer de los más pequeños. Debemos animarnos a dejar la puerta abierta para que nuevas lecturas tengan lugar cada vez que el libro se abre y recordar que no se tratará del mismo texto si se abre en otras circunstancias, o si son otras manos las que lo sostienen por un rato.

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